sábado, 29 de octubre de 2011

Juventud añeja

Cuando tenía dieciséis años era rebelde. Se pintaba la raya negra hasta la oreja y cogía las botas con más tacón que encontraba. Sólo quería provocar, que sus padres le dijeran que no se pusiera minifalda, que los chicos no pudieran evitar seguir el rastro de carmín que sus labios dejaban. No se casó, nunca se comprometió, su vida era un vaivén de desenfrenos y luces de neón. Sólo quería destacar, que sus padres le dijeran que no llegara a las cinco de la madrugada, beber alcohol para parecer mayor y demostrar que conocía los bordados de todas las sábanas de Madrid. Era la reina de las discotecas, la moradora de esquinas, el despertador del alba, porque a sus veinticinco años ella todavía era una joven rebelde.

Ahora tiene cuarenta, y llega a casa a las once de la noche porque no ha encontrado nadie para que la acompañe a la cama. Coge una botella de whisky, no tiene ganas de nada, su rostro surcado está negro a causa de la pintura corrida, y se escabulle entre las sábanas sin quitarse el pintalabios rojo, las botas ni la minifalda.

1 comentario:

  1. Yayy! Es genial! el final, la evolución de la chica, me deja helada... Supongo que ella nunca se planteó que el sudor que dejó en otras sábanas no serviría para acompañarla a casa, para protegerla en algún momento de sí misma y su provocación.

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